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En el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid Artemisa tiene un significado profundo y simbólico que genera una imagen evocadora y poética: la de una luna que, en sus diferentes fases, alumbra el sueño y la creación. Desde este escenario, nos alegra mucho colaborar con nuestros compañeros de Planetario de Madrid, poseedores de otra luna: la que irradia conocimiento astronómico.

Una de las claras vocaciones de nuestra institución, si hacemos una retrospectiva histórica, es adquirir y exponer piezas artísticas inspiradas en la paisajística de nuestra ciudad, como expresan algunas de las obras aquí expuestas:

Fernando Bellver presenta en Grabado de Madrid una cartografía reflejo de la tradición que hace a las ciudades europeas objeto de representación y que, en el caso de Madrid, arranca con las vistas panorámicas de la ciudad que Anton Vam Wynwaerde dibujó para Felipe II, en cuyo reinado se constituyó la capitalidad (1561) y que alcanza plenitud con la Topografía de Texeira (1656). Nuestro gato arquetípico maúlla entre constelaciones bañadas en chispas lunares.

Las estrellas de Delhy Tejero sobrevuelan un skyline de los años sesenta que pronostica otro firmamento de comienzos del nuevo milenio: el que Moncho Otero imagina cuando anochece en Lavapiés.

La fuente del Neptuno expresionista que imagina Javier Clavo es iluminada por una luna común con el Museo del Prado, cuya excepcional belleza invita a una noche insomne.

El cosmos imposible que Javier de Juan diseña para su cartel Veranos de la villa 2001 está representado por Artemisa y Apolo, conviviendo en un parque del Retiro envuelto en iconos pop.

Su compañero en la mítica y efervescente Movida madrileña, Sigfrido Martín Begué, nos exhorta - como ya hiciera el futurista Marinetti - a transcender el romanticismo que entraña el musical claro de luna y convertirlo en un sueño metafísico que defiende el automatismo, la palabra irracional, el arte del ruido o la primacía del progreso febril.

Y al margen de nuestra memoria eminentemente local, seguimos avanzando en la inspiración lunática a través del humor de Manuel Ortiz, el enigma de Dis Berlín y la fenomenología de Julio Zachrisson, que hace volar a un astronauta nacido entre la tradición gráfica europea y una portentosa cosmogonía de extrañas criaturas.

Para terminar, la única pieza escultórica, una luna en mármol de Jesús Alberto Bañuelos, despliega un potencial vacío para crear cada persona a su Artemisa íntima y personal, tan abierta a interpretaciones como bella y evocadora.

Nuestro agradecimiento sincero a Planetario de Madrid, por esta oportunidad.