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Una mujer de la que todo desconocemos salvo su origen (Francia) se sienta en el parque en un país que no es el suyo, Corea del Sur. También da clases de su idioma natal a dos mujeres coreanas entre las que ciertos extraños paralelismos parecen tener lugar, vínculos que establecen una especie de conexión íntima entre ambas. Esa es la minimalista premisa argumental con la que nuestro querido e incansable Hong Sang-soo, uno de los cineastas que ha marcado con su impronta el cine de este tiempo que nos ha tocado vivir, desarrolla su nueva película, la quinta que estrenamos en Condeduque. Un film en el que vuelve a jugar con las alteraciones matemáticas de una estructura llena de variaciones, combinaciones y permutas, por un lado, y con un inconfundible trasfondo humanista que desborda joie de vivre por el otro.

La etérea y siempre enigmática presencia de Isabelle Huppert como protagonista y conductora del sortilegio termina de bocetar un relato sin principio ni final, sin causas ni consecuencias, tan evanescente y delicado como lleno de humor, de makgeolli, de amor por el cine y por el arte de contar historias por el mero placer de hacerlo.