Madrid entierra a la sardina

Nota de prensa 25/02/2009

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Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de la Ciudad de Madrid, durante la recepción que ha ofrecido a la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina.

Discurso de Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de la Ciudad de Madrid, en la recepción a los participantes de la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina, que se ha celebrado en el Patio de Cristales de la Casa de la Villa.

"Gente de capa da vuelta a las calles", dijo el gran Ramón, y ese runrún, que llega ahora hasta este Patio de Cristales, va a ser que la sufrida sardina ha regresado. ¡Admirable constancia! Porque ningún año queda de ella ni la espina, y aún así, fiel a la tétrica cita, acude a deleitarnos con su presencia espeluznante... Pasen pues, alegres cofrades, y velen a sus anchas a la finada, que, bien mirado, así lo merece tanto justo que por pecador ha pagado. ¿O es que acaso no es la difunta la única que con su martirio y su entereza ha intentado redimirnos de este general desbarajuste? ¿Quién negará que es ella la que, después de tanta algarabía, tanto derroche y tanta burbuja, no viene a recordarnos ahora, con espíritu de rebajas, que todas las pompas son fúnebres y que sólo los discretos las vieron venir?

Un disgusto este deceso, vaya. Pero un disgusto generoso y cabal, de los que valen a otros para escarmentar. Lo que se llama un sacrificio. Yo les contaré cómo ha sido, aunque me tienen que prometer que van a tomarme a pies juntillas, sin quitar ni poner, que luego vienen los exégetas del antruejo y ven fantasmas donde no los hay. Y es que ya saben que campan por la Villa palabreros y murmuradores, analistas y hermeneutas, almas de confidencial y tertulia diaria, qué digo diaria, ¡horaria!, y que cuando el diablo no sabe qué hacer mata moscas con el rabo o le busca las entrelíneas al Entierro de la Sardina, que es ceremonia transparente como estos caballeros. Pero que quede claro que, como dijo nuestro querido Larra, en marzo hará dos siglos nacido, Todo el año es carnaval y no hay para qué esperar de este día ninguna chanza singular. Habló Mariano  -Mariano... José de Larra-, y yo todo lo de Mariano lo hago mío: "Pues en verdad que es mi mayor deseo ir con la corriente de las cosas -escribió el bachiller- sin andarme a buscar cotufas en el golfo, ni el mal fuera de mi casa, cuando dentro de ella tengo el bien".

En fin. La cosa es que esta vez, en pleno Cow Parade, la menesterosa había llegado a Madrid entre vacas. Claro que ella no se ha engañado un minuto, porque en cuanto las ha visto sabía ya que eran vacas flacas... Y no es que la estrechez le haya cogido de nuevas, porque es pescado modesto, de vida ordenada y costumbres solidarias, que no se aleja nunca del cardumen si no es para dejarse caer por Madrid estos días a echar una canita al aire. Hasta le consoló saber que sus primas ricas, la anchoa y el arenque, ya no pueden mirarla por encima del hombro, digo de la branquia, porque tal y como están las cosas la señora en todas las casas va a ser pronto ella. Pero, con todo, de la impresión, así se ha quedado en unos días la pobrecita, que no hay más que verla, ¡en la raspa! Con la ilusión intacta, eso sí, pero repitiendo el disfraz de escamas del baile pasado, remendadito y tan apañado, después de años de esplendor y frenesí multicolor en los que, a decir de los expertos, Don Carnal había hecho de su capa un sayo, comprando, vendiendo y más que nada especulando, poniendo en riesgo, en suma -o en resta-, el beneficio de los pequeños, de entre cuyas filas surge siempre la humilde sardina, que de este perro mundo se va como vino, con una aleta delante y otra detrás...

De modo que a nuestra buena amiga casi no le ha dado tiempo ni a reparar en que, en vez de Don Carnal y Doña Cuaresma, este año andaban enzarzados keynesianos y monetaristas, socialdemócratas y liberales, globalizadores y proteccionistas, quienes, a su manera, vienen a ser cada uno un trasunto de aquellos dos, y, para que ustedes me entiendan, como los tirios y troyanos del maldito parné. Y aún así, la infortunada se ha enterado de todo, sólo con vernos la cara. Porque, ¿cómo no identificarnos con esta mortificada especie, cuando el ciudadano esforzado y trabajador tiene a veces la dolorosa sensación de estar, como ella, mordiendo anzuelos todo el día? Que si los bancos, que si el euribor, que si la liquidez... ¡Liquidez! ¿Qué vamos a explicarle nosotros de liquidez a este pez sobresaltado, si unos vivimos agobiados por el enfriamiento de la economía y ella no duerme de pensar en el calentamiento de los océanos? Que nadie está ya en su sitio tranquilo, y lo que hasta ayer parecía cotidiano es hoy desvelo.

Al final ha sido todo muy rápido, un suspiro, lo que tarda en desplomarse un Dow Jones o el Ibex 35. Y sólo nos queda el consuelo de esperar que el paso fugaz de la sardina por este pretencioso mundo en recesión sirva para que el ciclo perpetuo del carnaval, con su imperecedera promesa de renacimiento y renovación, con su bulliciosa alternancia de alegrías y tristezas, de opulencias y penurias, nos infunda más confianza en el futuro que los incomprensibles ciclos Kondratieff, y pueda incorporarse por fin a la ciencia -es un decir- económica. Quizá así, a fuerza de secarnos las lágrimas y sacudirnos la ceniza, apretando la mandíbula todos los días, haciendo de la necesidad virtud -qué otra cosa representa si no la sardina-, podamos esperar el regreso redentor del Carnaval en medio de esta desolación invernal, logrando que la Cuaresma que nos acecha dure cuarenta días y no cuarenta años...

Claro que, si me guardan el secreto, yo tengo un plan... Porque el viernes confié la ciudad al barón de Coubertin, acompañado de todo su olímpico séquito, por ver si le coge gusto y decide trasladarse a Madrid hasta 2016. A estas alturas, no es ya cosa suya, pero me han dicho que el barón aún conserva alguna influencia en Lausana, así que vamos a ver. A mí me consta que él la ha corrido estos días en grande, y ahora, como no hay mayor prueba de lo serio que nos tomamos el asunto que el hecho de que nos lo tomemos a broma, tendremos que conseguir lo propio con sus colegas. Así que pido a los madrileños que se recaten, se esmeren y se vuelquen, que es lo que toca cuando los señores inspectores del Comité Olímpico Internacional vengan a visitarnos dentro de poco. Hagan el favor, ciudadanos, de comportarse, que más difícil lo tengo yo, que cambié con Coubertin las llaves de la villa por los aros olímpicos, y a fe que me cuesta deshacer el trueque ahora que ya me había hecho a la idea.

Pese a esas pasajeras expansiones, no me quito a la desdichada de la cabeza. La sardina, discípula aplicadísima de Nietzsche, reflexiona, en su eterno retorno cada miércoles de ceniza, acerca de su propio destino. Y hoy, antes de dar los últimos coletazos, se ha despedido de nosotros con las palabras transidas de Zaratustra: "¡Yo he visto morir todas las visiones y todos los consuelos de mi juventud! ¿Cómo he podido soportarlo? ¿Cómo he podido tolerar y sobreponerme a semejantes heridas?" Luego ha boqueado, y, con un destello efímero en sus ojos opacos de peje moribundo, ha exclamado, antes de expirar: "¡Sólo donde hay sepulcros hay resurrecciones!"

Descanse en paz.

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