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El mercado de San Fernando es un lugar de paso y también un sitio para perderse, ya sea mirando al techo, cruzado de fluorescentes, ya sea abismándose en los mostradores de sus verdulerías y carnicerías, entre los pliegues de un pollo de corral o tras las aletas de un pez espada.

Es una ciudad -o un pueblo de cualquier parte- metida en una plaza de abastos con los techos altísimos y rematados en una claraboya. El edificio, remozado y accesible, conserva la solemne fachada de 1944 y su escalinata de piedra con aires de Palacio de Justicia (hay otro acceso al nivel de la calle).

Durante los fines de semana, San Fernando se llena de gente, de actividad cultural y de diversidad. Entre semana vuelve la calma y los puestos del mercado tradicional despliegan sus encantos.